LA GENERACIÓN ESPONTÁNEA
¿Cómo se generó la vida?
Esta pregunta elemental, no tiene una respuesta categórica, todavía. El hombre primitivo para explicarla creó los mitos y la intervención divina, aunque se admitía que formas inferiores de vida, podían nacer de materias inertes; ésta era la teoría de la generación espontánea.
El italiano Redi fue el primero en dudar de tal concepción y usó la experimentación para justificar su duda. El experimento consistió en poner carne en un tarro abierto y en otro cerrado también puso carne. Las cresas, que parecían nidos de huevos de moscas, se formaron en el tarro abierto, cuya carne se había descompuesto. El italiano dedujo que las cresas brotaban de los pequeñísimos huevos de las moscas.
En 1765, otro italiano - Spallanzani -, repitió el experimento de Redi, usando pan, un recipiente abierto y otro herméticamente cerrado, con pan hervido. Solo brotaron cresas en el pan que estuvo al aire libre. Entonces, como ha ocurrido muchas veces al avanzar la ciencia, no faltaron incrédulos y alegaron que al hervir el pan, se había destruido ¡un principio vital!
Años después Antoni Van Leeuwenhoek construyó lentes de aumento con los cuales pudo observar una gran cantidad de microorganismos desconocidos hasta ese entonces. La controversia entre los seguidores de la teoría de la generación espontánea y los opositores siguió hasta el siglo XIX; en esa época el médico Louis Pasteur (1862) logró probar la invalidez de la teoría de la generación espontánea. Empezó por aclarar la presencia de organismos en el aire y los responsabilizó de la descomposición de la materia orgánica. Otros experimentos cada vez más perfeccionados siguieron al de Pasteur, el resultado final fue la comprobación de que la vida no puede proceder sino de otra vida preexistente, siendo por tanto desterrada para siempre la teoría de la generación espontánea la cual había permanecido vigente durante siglos.
El golpe mortal a la generación espontánea
En 1860, la polémica entre espontaneístas y sus contradictores se había hecho tan intensa que la Academia de Ciencias francesa ofreció un premio a quien pudiera resolver la controversia. Louis Pasteur, un microbiólogo y químico francés, lo ganó con una serie de experimentos tan bien diseñados que no permitían dudar de que la vida no surgía de la nada. Pasteur utilizó recipientes con cuellos largos y curvos, en los que colocó un caldo que había hervido durante algunos minutos. Al retirarlo del fuego, el aire entraba por el cuello, pero los microbios quedaban atrapados en él, lo que impedía que contaminaran el líquido y permitía conservarlo estéril indefinidamente. Sólo cuando se rompía el cuello, aparecían organismos en el caldo.
Con esto, Pasteur derribó definitivamente la teoría de la generación espontánea, pues demostró que los organismos sólo aparecían cuando había aire contaminado. También demostró que los procesos de fermentación se deben a la presencia de microorganismos que pueden eliminarse con calor (un proceso que hoy llamamos pasteurización). Y dedujo que, así como éstos producían la fermentación de la leche, la cerveza o el vino, los gérmenes eran la causa de numerosas enfermedades, las llamadas infecciosas. Otros siguieron ese camino, entre ellos, Robert Koch, un médico alemán, quien descubrió el origen infeccioso del cólera y la tuberculosis.
Pasteur utilizó frascos con cuello de cisne y observó que aparecían microorganismos sólo cuando se rompía el cuello de los frascos. Esta historia de dos siglos, de fines del XVII a fines del XIX, y de Leeuwenhoek a Pasteur, llevó a la certeza actual de que los seres vivos provienen de otros seres vivos y no de la materia inanimada.